La madre declaró a la Policía Nacional que su hija de 12 años de edad “acostumbraba a tener relaciones sexuales por dinero” con el hombre de 61 años a quien las autoridades atribuyen su asesinato.
Según la Policía, Fausto Antonio Tejada Ramos ahorcó a Andreína Frías el pasado 30 de abril. La niña vivía con una tía en el barrio Las Cañitas, del Gran Santo Domingo.
Este asesinato, que ocurrió en el barrio Los Minas Viejo, debería escandalizar, estremecer a toda una sociedad; pero en República Dominicana no pasa de ser un titular noticioso. Con apenas 12 años, Andreina pasa a ser una estadística más: su carita, su triste historia de vida, son sustituidas por un frío número bajo la clasificación de “feminicidios”.
No me atrevo a pedir a usted que lee este artículo –madre o padre, tía o tío, abuela o abuelo– que cierre los ojos y piense que su pequeña y adorable hija, sobrina o nieta de 12 años es asesinada por un vejete de 61 que podría ser su abuelo. ¿Duro, verdad? (¡impensable!, dirían otros). Y sin embargo, esta es una realidad que se vive en barrios y comunidades pobres del país. El caso de Andreína es la punta del iceberg.